Alfonso XII de España, apodado «el Pacificador» (Madrid, 28 de noviembre de 1857 – El Pardo, 25 de noviembre de 1885), fue rey de España entre 1874 y 1885. Hijo de la reina Isabel II y, presuntamente, del rey consorte Francisco de Asís de Borbón, el inicio de su reinado puso término a la Primera República y dio paso al período conocido como Restauración.
Tras su muerte prematura a los veintisiete años, víctima de la tuberculosis, fue sucedido en el trono por su hijo póstumo, Alfonso XIII, cuya minoría de edad estuvo encabezada por la regencia de su madre, la reina viuda María Cristina.
Nació en el Palacio Real de Madrid el 28 de noviembre de 1857. En Madrid y en la corte circuló el rumor de que su verdadero padre no era el consorte, Francisco de Asís de Borbón, sino un entonces capitán de ingenieros llamado Enrique Puigmoltó y Mayans, III conde de Torrefiel y I vizconde de Miranda. Aunque algunos autores atribuyen la paternidad a otros personajes, Puigmoltó es aceptado como el verdadero progenitor por diversos historiadores. Popularmente tenía el sobrenombre de «Puigmoltejo» debido a la supuesta paternidad de Enrique Puigmoltó y Mayans sobre Alfonso.
Retrato del príncipe Alfonso con una edad de unos siete años junto a su madre Isabel II y su padre putativo Francisco de Asís de Borbón. |
Alfonso, que recibió el título de príncipe de Asturias tras su nacimiento, tenía cuatro hermanas: la infanta Isabel, condesa de Girgenti (1851-1931), la infanta María del Pilar (1861-1879), la infanta María de la Paz, princesa de Baviera (1862-1946) y la infanta María Eulalia, duquesa de Galliera (1864-1958). Fue bautizado el 7 de diciembre de 1857 en la capilla del Palacio Real de Madrid por el patriarca de las Indias, siendo su padrino el papa Pío IX represantado por el nuncio, Lorenzo Barili.
Entre los preceptores del joven príncipe Alfonso se hallaban el duque de Sesto y el arzobispo de Burgos, este último elegido por la propia reina Isabel tras consultar con Pío IX.
El futuro Alfonso XII con su mentor, el duque de Sesto. |
Derrocamiento de la monarquía isabelina y educación
En 1868, siendo aún un niño, su madre Isabel II fue destronada por la Revolución de 1868 (conocida como La Gloriosa), obligando a la familia real a partir hacia el exilio. Isabel y Francisco de Asís se instalaron por separado en París. La salida a Europa del joven Alfonso supuso una experiencia inestimable, al encontrarse así con otros sistemas políticos como el francés, el austrohúngaro o el británico. De hecho, fue el primer príncipe de Asturias que se formó en centros educativos y militares extranjeros.
El primero de ellos fue el colegio Stanislas, en París. La Guerra franco-prusiana motivó que la familia se trasladase transitoriamente a Ginebra, donde además de recibir clases particulares, Alfonso acudió a la Academia Pública de la ciudad cantonal. Como continuación de su educación se eligió la Real e Imperial Academia Teresiana (Collegium Theresianum) de Viena, donde, tras la Guerra franco-prusiana, el príncipe Alfonso fue acompañado por Guillermo Morphy, conde de Morphy (1836-1899), hombre de confianza de la reina Isabel II, quien lo elige como preceptor. Anteriormente, el conde de Morphy ya había sido designado gentilhombre de entrada, con motivo del sexto cumpleaños del príncipe, acompañándole durante su exilio a París, y contribuyendo a su formación, con lecciones particulares.
Durante su estancia en el Colegio Teresiano de Viena, desde febrero de 1872 hasta la finalización de sus estudios en junio de 1874, Morphy desempeñó un crucial papel en la formación del carácter e inteligencia del príncipe Alfonso. Ideó un programa de enseñanza en el que atendería a la formación integral del príncipe Alfonso, dando atención a su formación humanística, a los ejercicios corporales y a las visitas a museos, fábricas y otros establecimientos y lugares de interés, además de instruirle en el derecho constitucional.
Por último, el príncipe Alfonso asistió a la Academia militar de Sandhurst, en Inglaterra. En este país conoció de primera mano el constitucionalismo inglés. De la correspondencia de Alfonso con su madre durante todas sus estancias en los distintos colegios y academias, se pone de manifiesto la relativa estrechez económica en que se movía la familia real en esos años.
El 25 de junio de 1870, su madre, Isabel II, abdicó sus derechos dinásticos, en un documento firmado en París, en favor de su hijo Alfonso, que pasaba así a ser considerado por los monárquicos como el legítimo rey de España.
Mientras tanto, en España se sucedían distintas formas de gobierno: el Gobierno Provisional (1868-1871), la monarquía democrática de Amadeo I (1871-1873) y la I República (1873-1874). Esta fue liquidada en el mes de enero por el golpe de estado del general Pavía, y se abrió un segundo período de gobiernos provisionales. Durante esta etapa histórica (el Sexenio Democrático), la causa alfonsina estuvo representada en las Cortes por Antonio Cánovas del Castillo.
Cánovas de Castillo estuvo muy atento a la educación del príncipe supervisada por un partidario suyo, el duque de Sesto. Según Ramón Villares, gracias al recorrido que hizo por diversos colegios extranjeros de París, Ginebra y Viena para acabar en la academia militar inglesa de Sandhurst, el príncipe Alfonso «adquirió dominio de lenguas y un regular conocimiento de la historia europea, así como de algunos de los teóricos políticos más apreciados en la época (Bejamin Constant, Walter Bagehot).
Su curiosidad intelectual no llegaba a los niveles de algunos monarcas coetáneos, como el joven don Pedro V de Portugal, pero a juzgar por la impresión que causaba en los observadores extranjeros y por los libros que se hizo comprar nada más llegar al Palacio de Oriente, su formación lo avecinaba a un monarca liberal europeo más que a sus inmediatos antepasados españoles, tan castizos como poco cultivados. A fin de cuentas, lo más novedoso fue justamente su condición de haber sido el primer monarca de la España moderna que había sido educado casi enteramente en el exilio, sin pompa ni etiqueta».
Acceso a la Corona y reinado
El 1 de diciembre de 1874, Alfonso hizo público el Manifiesto de Sandhurst, presentándose a los españoles como un príncipe católico, español, constitucionalista, liberal, y deseoso de servir a la nación.
El 29 de diciembre de 1874 se produjo la restauración de la monarquía al pronunciarse el general Arsenio Martínez-Campos Antón en la localidad valenciana de Sagunto a favor del acceso al trono del príncipe Alfonso. En aquel momento, el jefe del Estado era el general Serrano y el jefe del Gobierno era Sagasta.
En enero de 1875 llegó a España y fue proclamado rey ante las Cortes Españolas. Alfonso XII nombró al conde de Morphy su secretario particular. Desde este cargo, se convirtió en un gran protector de los artistas de su tiempo, intercediendo en la concesión de pensiones por parte de la Casa Real y tuvo una fuerte presencia en las instituciones culturales del Madrid de la Restauración.
Al frente de la monarquía llega un joven monarca en contacto con la Europa moderna, dispuesto a aunar todos los esfuerzos para la modernización de España. Los propósitos regeneradores de Alfonso XII eran explicados por el propio Morphy a Julio Nombela en una “larga y sustanciosa conferencia”, poco antes del pronunciamiento de Sagunto:
«… el principal propósito del joven monarca era cambiar completa y radicalmente el espíritu del país. Iría poco a poco quitando importancia a lo que hasta entonces se había calificado de política, dándoselas a la educación e instrucción de todas las clases sociales, a la cultura, a la industria, al comercio, a las ciencias, las letras y las artes. El bello ideal del monarca era transformar España, hacer que entrase de lleno en el concierto europeo, asemejarse más a Carlos III que a los demás reyes de la dinastía que representaba, y lograr de este modo que el progreso intelectual y moral reemplazase a las intrigas políticas y financieras, a las discordias civiles; en una palabra, al lamentable atraso en que después de la gloriosa guerra de la Independencia había vivido España».
Su reinado consistió principalmente en consolidar la monarquía y la estabilidad institucional, reparando los daños que las luchas internas de los años del llamado Sexenio Revolucionario habían dejado tras de sí, ganándose el apodo de «el Pacificador». Se aprobó la nueva Constitución de 1876 y durante ese mismo año finalizó la guerra carlista, dirigida por el pretendiente Carlos VII (el propio monarca hizo acto de presencia y acudió al campo de batalla para presenciar su final). Los fueros vascos y navarros fueron reducidos y se logró que cesaran, de forma transitoria, las hostilidades en Cuba con la firma de la Paz de Zanjón.
En 1878 y 1879 fue víctima de dos atentados perpetrados por anarquistas de los que salió ileso.
Alfonso XII realizó en el año 1883 una visita oficial a Bélgica, Austria, Alemania y Francia. En Alemania aceptó el nombramiento como coronel honorario de un regimiento de la guarnición de Alsacia, territorio conquistado por los alemanes y cuya soberanía reclamaba Francia. Este hecho dio lugar a un recibimiento hostil al monarca español por parte del pueblo de París durante su visita oficial a ese país.
Alfonso XII en Bad Homburg (1884). |
Alemania trató de ocupar las islas Carolinas, en aquel momento bajo dominio español, provocando un incidente entre los dos países que se saldó a favor de España con la firma de un acuerdo hispano alemán en 1885, aunque implicó la pérdida de las islas Marshall en favor de los germanos, así como el derecho de establecer una base naval en las Carolinas.
Según Ramón Villares, «fue un monarca popular, gracias a su breve matrimonio con su prima María de las Mercedes y a gestos como su temprana visita al ejército del Norte, o a su presencia, no siempre aprobada por el gobierno, en lugares abatidos por alguna tragedia (inundaciones, epidemias de cólera…). Popularidad que, de forma más programada, se quiso lograr con la realización de viajes a distintos lugares del reino. Era un modo complementario de legitimar la monarquía. «Al rey se le quiere más cuando a más de serlo se le ve», le advierte Durán y Bas a Cánovas en 1877, en solicitud de una visita regia a las provincias catalanas que no sea de «paso»… El calendario de los viajes interiores del rey fue, pese a su mala salud, muy intenso. De hecho acabó visitando personalmente gran parte de las regiones españolas, así como sus principales instituciones».
Muerte
En 1885 se desató una epidemia de cólera en Valencia que se fue extendiendo hacia el interior del país. Cuando la enfermedad llegó a Aranjuez, el monarca expresó su deseo de visitar a los afectados, a lo que el Gobierno de Cánovas del Castillo se negó por el peligro que ello entrañaba. El rey partió entonces sin previo aviso hacia la ciudad y ordenó que se abriera el Palacio Real de Aranjuez para alojar a las tropas de la guarnición. Una vez allí, consoló a los enfermos y les repartió ayudas. Cuando el Gobierno conoció el viaje del soberano, envió al ministro de Gracia y Justicia, al capitán general y al gobernador civil para que le llevasen de vuelta a Madrid. Cuando llegó, el pueblo, enterado del gesto del rey, le recibió con vítores y, retirando a los caballos, condujo al carruaje hasta el Palacio Real de Madrid.
Poco tiempo después, el 25 de noviembre, Alfonso XII murió de tuberculosis en el Palacio Real de El Pardo. Tiene dedicado un monumento en el parque del Retiro de Madrid, junto al estanque grande.
La muerte del rey significó el inicio del pacto político entre Cánovas y Sagasta, la denominada «política del pacto» o «política del turno», además de otros pactos, como el militar y el religioso.
Matrimonios y descendencia
Alfonso XII se casó dos veces. El 23 de enero de 1878 con su prima, doña María de las Mercedes de Orleans, hija de los duques de Montpellier. A su bautizo precisamente asistió el que se convertiría en su esposo, Alfonso. Sin embargo, fue en su época de estudiante en Viane cuando monarca español quedó prendado de María de las Mercedes. ‘Cuando la vi, me di cuenta de que la quería desde antes de haberla conocido. Desde el primer instante comprendí el porqué de mi existencia’ comentó el joven monarca a un compañero de estudios.
La boda fue muy popular y sonada en todo el reino. Cinco meses después moría la reina, a la edad de diecisiete años: la última reina cantada y alabada por los romances del pueblo.
Dos años antes, en 1872, Mercedes y su primo el príncipe Alfonso habían iniciado una relación amorosa, cuando ella tenía solo 12 años. A pesar de la oposición de Isabel II a la boda, a causa del enfrentamiento que mantuvo con el Duque de Montpensier, y de la preferencia del gobierno por un matrimonio con alguna princesa europea (una de las candidatas deseadas fue la princesa Beatriz del Reino Unido, hija de la reina Victoria), se impusieron los deseos del ya convertido en rey Alfonso XII, celebrándose la boda el 23 de enero de 1878 en la madrileña basílica de Atocha. Fue la Reina consorte más joven de España, con 17 años.
La Reina montó en cólera
Dicen que fue en el transcurso de una reunión familiar cuando contra a todo pronóstico surgió el flechazo entre los primos carnales, Alfonso y Mercedes. Cuentan también que la reina Isabel II montó en cólera al conocer que su amado Alfonso quería casarse con la hija de su hermana y del Duque de Montpensier, que tanto había instigado para destronarla. Sin embargo nada frenó al joven monarca español en su empeño. Ni la oposición de su madre, la reina Isabel II, que no quería que una hija del Duque de Montpensier, llegara a ser Reina de España, y que decía: “No tengo nada contra la infanta, pero Montpensier no transigiré nunca”, ni la oposición del Gobierno, que buscaba una princesa europea, consiguieron disuadir a Alfonso XII.
El debate en las Cortes
El asunto se debatió en las Cortes hasta que uno de los ministros salió en defensa de los enamorados diciendo: “La infanta doña Mercedes está fuera de toda discusión: los ángeles no se discuten”. Se cumple entonces la profecía de una gitana que leyó la mano de la adolescente Mercedes unos meses antes de que los primos se encontraban y se anuncia el enlace. La noticia de un matrimonio por amor tan inusual en aquella época en las cortes europeas encandiló a los españoles. La joven que por aquel entonces tenía sólo diecisiete años además de ser princesa, era española y guapa. Quizás por ello el pueblo de Madrid cariñosamente la apodó ‘Carita de cielo’.
Fue un enlace de grandes festejos, no en vano la pareja se casaba por amor y su historia, llena de romanticismo, enterneció a los españoles que gustaban de oír las historias de palacio. “Quieren hoy con más delirio/ a su Rey los españoles/ pues por amor va a casarse/ como se casan los pobres”, rezaba una coplilla de la época. El triste final de María de las Mercedes, que murió a los dieciocho años de edad, hizo más todavía que aquella real y verídica historia de amor permaneciera en el corazón de la calle.
Los preparativos para la boda
La mayoría de las Diputaciones Provinciales decretaron alguna construcción para la provincia con motivo del enlace real: carreteras, hospitales, iglesias, escuelas… Madrid, por su parte, se vistió de gala y durante semanas se realizaron diversas obras para que la capital luciera en todo su esplendor. Del mismo modo se concedieron algunos indultos con motivo del enlace real. El mismo día, y para que el pan no faltara en ninguna familia, por pobre que fuera, éste se incluyó como limosna en el programa de actos públicos.
El mismo día de la boda se organizaron toda una serie de festejos: a las dos de la tarde se celebró un desfile de las tropas de la guarnición en la plaza de Oriente; a las ocho de la noche, hubo funciones de convite organizado por el Ayuntamiento en los teatros Español, Zarzuela, Apolo, Comedia, Novedades, Alhambra, Variedades, Martín e Infantil; se encendieron cientos de lámparas para iluminar la capital… Un corresponsal francés, impresionado con la belleza de las luces, calculó en “diez mil francos” el gasto que podían generar.
En la Puerta del Sol, las dos farolas centrales eran de luz eléctrica y según algunos diarios daban un esplendor como el de la luna llena en las noches de verano. La fuente de Neptuno, en su base, aparecía rodeada de mecheros de gas encerrados en globos de cristales de colores. El tridente estaba también dibujado con luces de gas. La fuente de Cibeles, por su parte, también estaba rodeada de un círculo de globos de cristales de colores y largos mecheros surtidores brotaban del fondo del agua.
El ajuar de la novia fue enteramente confeccionado en España, y no podía ser de otra forma al tratarse de una futura Reina de España. El vestido fue costeado por Alfonso XII y costó treinta y dos mil quinientas cuarenta y seis pesetas. Los zapatos que le acompañaron fueron planos para que no pareciera más alta que el Rey. Por lo demás, la novia portaba ricas joyas; destacaban por su hermosura, las perlas y los diamantes.
El discurso del rey
Alfonso XII dirigió a la Comisión del Congreso de los Diputados un discurso con motivo de su enlace, en el que entre otras cosas decía: “Señores diputados, el enlace que voy a contraer, inspirado al propio tiempo que por los más puros afectos del corazón por el conocimiento de las altas prendas que adornan a la que ha de compartir conmigo el Trono de San Fernando y de la Católica Isabel, del mismo modo que motiva vuestros entusiastas plácemes, alcanza sin duda los del país, a quien legítimamente representáis, y merece la unánime felicitación de las potencias amigas…”.
Madrid, engalanado
El día de la boda, con Madrid totalmente engalanado, el Rey salió del Palacio Real a las diez y media con toda la comitiva, tomando la calle Mayor, la Puerta del Sol, la carrera de San Jerónimo, el paseo del Botánico y paseo de Atocha hasta la Basílica de Atocha. El cortejo de la novia salió del Palacio de Aranjuez y llegó en tren a la estación de Atocha desde donde se trasladó a la basílica. La desposada había salido a las nueve de la mañana de Aranjuez y su tren había parado en los principales pueblos de la Comunidad de Madrid, en ese entonces: Ciempozuelos, Pinto, Getafe… para que los vecinos de estas localidades pudieran ver a la novia. La contrayente tardó en llegar a Madrid una hora y siete minutos.
EL 23 de enero de 1878 a las doce de la mañana contraían matrimonio el rey Alfonso XII con doña María de las Mercedes de Orleáns y Borbón en la real Basílica de Atocha. Fue la boda más romántica del siglo, el bello colofón de una apasionada historia de amor. Los jóvenes se conocieron cuando ella era un bebé y él apenas llegaba a los dos años de edad. María de las Mercedes nació y fue bautizada en El Palacio Real debido al deseo de Isabel II de apadrinarla.
El fallido atentado contra el Rey Alfonso XII
Un 25 de octubre de 1878, el Rey Alfonso XII era víctima de un atentado contra su persona durante su llegada a la ciudad de Madrid después de inspeccionar las provincias del norte, territorios que dos años antes habían combatido contra el joven monarca en el bando carlista.
El hecho sucedió a la altura del número 93 de la calle Mayor de Madrid. Alfonso XII cabalgaba al frente de la comitiva y cuando prácticamente llegaba a palacio, un joven tonelero anarquista catalán saco una pistola y disparó hasta tres balas contra el monarca. Ninguno de aquellos tres tiros alcanzó a Alfonso XII ni a ninguno de los generales que le rodeaban.
El autor de aquel atentado, Juan Oliva Moncasi, fue detenido en el acto y el 4 de enero de 1879 ejecutado mediante el garrote.
El segundo atentado
No obstante, el intento de asesinato de Juan Oliva no fue el único que sufrió durante su reinado. El segundo atentado contra la persona de Alfonso XII se produjo un año y dos meses después. Tuvo lugar el 30 de diciembre de 1879 en el momento en el que los monarcas volvían de pasear de los jardínes del Retiro.
El atacante, un joven gallego de 20 años llamado Francisco Otero González les disparó casi a quemarropa sin llegar a herirles. Otero González era el dueño de una pastelería de la capital que apenas llegaba a fin de mes. Tenía la intención de suicidarse pero en el camino le convencieron de que era mejor tratar de acabar con la vida de Alfonso XII. Finalmente, Francisco Otero González fue ejecutado el 14 de abril de 1880 de la misma forma que Juan Oliva, mediante el garrote.
El matrimonio fue breve por la prematura muerte de la reina Mercedes a causa del tifus cinco meses después y un aborto espontáneo, lo cual produjo una infección que probablemente condujo a su fallecimiento. Falleció en el Palacio Real de Madrid, dos días después de su 18º cumpleaños, acompañada en todo momento por su esposo.
Fue enterrada en una capilla del Monasterio de El Escorial, no pudiendo ser en el panteón real, reservado únicamente a las reinas que tuvieran descendencia. La reina Mercedes fue impulsora de la construcción de la catedral de la Almudena de Madrid, cuya construcción se inició en 1883. Sus restos fueron trasladados a esta catedral el 8 de noviembre de 2000, en cumplimiento del deseo expresado en su día por el rey Alfonso XII. La lápida de su tumba está realizada en mármol blanco y tiene la siguiente inscripción:
«María de las Mercedes, dulcísima esposa de Alfonso XII».
La ‘Reina Niña’ había muerto prematuramente sin dejar ningún heredero a la Corona y a pesar de que el rey estaba sumido en un profundo dolor, era urgente que contrajera de nuevo matrimonio para dar un heredero al trono. En esta ocasión, el monarca tuvo que dejar de lado todo el romanticismo que había impregnado su primera historia de amor y buscar a la candidata ideal. María Cristina de Habsburgo Lorena no fue muy apreciada por el pueblo al principio, pero ella pudo demostrar con el tiempo que sería una magnífica Reina para España.
Perteneciente a la estirpe de los Habsburgo, doña María Cristina contaba entre sus antepasados a Reyes y Emperadores. Sus padres eran tíos del emperador austríaco Francisco José I. Cuando Alfonso XII visitó por primera vez a María Cristina, ésta colocó sobre la tapa de un piano el retrato de María de las Mercedes, hecho que le valió la aprobación del monarca, todavía tremendamente afectado por la muerte de su primera esposa.
Los regalos del Rey
El Rey hizo espléndidos regalos a María Cristina, entre ellos las joyas realizadas en los talleres del señor Marzo. Todas ellas estaban hechas de oro fino y brillantes delicadamente trabajados. El valor total de los regalos ascendía a cinco millones de pesetas de las de entonces. No obstante, el pueblo estaba todavía conmocionado con la muerte de la joven Reina María de las Mercedes, y María Cristina no lo tuvo nada fácil para ganarse el favor de los españoles. De hecho, cuando la comitiva real volvía al palacio, los que pudieron verla destacaron en ella una actitud algo arrogante. Pronto, sin embargo, fue bautizada con el sobrenombre de ‘Doña Virtudes’.
La dote que dio la novia, trescientas cincuenta mil pesetas, le fue proporcionada por Francisco José I, ya que la madre de la futura Reina de España apenas contaba con recursos económicos. El ajuar de María Cristina, que fue confeccionado en París, fue un regalo de su futuro marido, Alfonso XII.
El mismo día de la boda, el 29 de noviembre de 1879, a las ocho de la mañana se reunieron en la plaza de la Armería las bandas de música de todos los cuerpos que componían la guarnición de Madrid. Después de ejecutar una diana, recorrieron la calle Mayor, la Puerta del Sol y la calle de Alcalá. En Madrid, se prohibió durante el día del enlace y las jornadas posteriores circular en carruaje por determinadas calles y se decretó que las personas que marcharan por lugares céntricos deberían hacerlo a pie.
El vestido de la novia
La novia lucía un magnífico traje de raso blanco con cola cuadrada y bordado de plata, hecho en Madrid. El manto, también de raso, llevaba bordadas flores de lis con hilo de oro además de dos hileras de encaje entre las cuales aparecían rosas blancas y flores de azahar. En Barcelona, por su parte, se confeccionaron las cuatro elegantes mantillas de blonda que formaban parte del trousseau regio.
Asistieron a la boda, la reina Madre Isabel II, la archiduquesa Isabel, las infantas doña María de la Paz, doña María Eulalia y doña Cristina; los embajadores y Cuerpo Diplomático acreditados en Madrid, los Ministros del Gobierno, así como los Capitanes Generales del Ejército.
El recorrido de vuelta al Palacio
A las dos y media de la tarde, concluida ya la ceremonia religiosa, la comitiva real emprendió el regreso al palacio de Oriente por los paseos Botánico y del Prado, la calle de Alcalá, la Puerta del Sol, la calle Mayor, la calle Bailén y la plaza de la Armería. La pareja correspondía a los saludos de las personas que acudieron a la capital española para ver a los jóvenes esposos. Hasta trescientas cincuenta mil personas siguieron el recorrido de la carroza real.
La iglesia donde se celebró el enlace matrimonial fue la Real Basílica de Atocha, y la hora, las doce y media de la mañana. Presidió la ceremonia el cardenal Benavides, patriarca de las Indias. Fueron padrinos de la pareja el archiduque Raniero, en nombre del Emperador de Austria, y la archiduquesa María.
Se proclamaron, como en la anterior boda del Rey, varios días de fiesta en las que hubo representaciones teatrales y, cómo no, los populares festejos taurinos de la época. María Cristina, a pesar de que no le gustaba la fiesta popular, tuvo que asistir a todos ellos para no caer en desgracia al pueblo. Al día siguiente del enlace, toda la Familia Real acudió a la representación que tuvo lugar en el teatro de la Opera para presenciar Los hugonotes. – Fuente:
El rey se casó con María Cristina de Habsburgo-Lorena (29 de noviembre de 1879), prima segunda del emperador Francisco José I de Austria. Tuvo tres hijos fruto de su segundo matrimonio:
- María de las Mercedes (1880-1904), infanta de España y princesa de Asturias. Consorte Carlos de Borbón-Dos Sicilias (1870-1949).
- María Teresa (1882-1912), infanta de España. Consorte Fernando de Baviera
- Alfonso XIII (1886-1941), rey de España desde su nacimiento, pues este se produjo después de la muerte de su padre. Consorte Victoria Eugenia de Battenberg
Además de su prole legítima, Alfonso XII dejó al menos dos hijos ilegítimos con la contralto Elena Sanz:
- Alfonso (1879 -1970).
- Fernando (1880 -1922).
La inesperada muerte de Alfonso XII
El 25 de noviembre de 1885, España despertó consternada con la noticia de la muerte de Alfonso XII. El rey habría cumplido los 28 años tres días después y su –para muchos— inesperado deceso conmocionaba a una sociedad heredera de la vorágine política, social y económica de décadas anteriores. El motivo del fallecimiento, la tuberculosis que padecía desde hacía años y que siempre se había mantenido en secreto.
Desde 1868, España había vivido el destronamiento de Isabel II, una república, varios gobiernos provisionales y la entronización de una dinastía extranjera en la persona de Amadeo de Saboya, había tenido que batallar en una tercera guerra carlista y combatir la insurrección de Cuba. El joven monarca parecía haber puesto fin a aquella etapa frenética de su historia garantizando una cierta estabilidad institucional. Como había pasado a la muerte de Fernando VII en 1833, ahora la heredera, la infanta María de las Mercedes, era una niña y el reino quedaba en manos de una reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena. La situación, además, se complicaba porque la reina estaba embarazada de tres meses y, en caso de que tuviera un varón, éste tenía mayor derecho al trono que la princesa de Asturias. Era evidente, pues, que durante unos meses existiría un vacío de poder cuyas consecuencias eran imprevisibles.
Alfonso XII, fallecido días antes de cumplir 28 años, dejaba una hija y una reina viuda embarazada de tres meses.
La viuda de Alfonso XII, María Cristina, fue regente de España hasta la mayoría de edad de su hijo Alfonso XIII, en 1902. |
A la preocupación política se unía el halo romántico que rodeaba al difunto rey. El espíritu del Romanticismo aún estaba muy vivo entre el pueblo, y la corta vida del monarca fallecido tenía todos los ingredientes propios de las tragedias de la época. Se había casado por amor –”como se casan los pobres”, según rezaba una copla popular– y contra la voluntad de su madre con su prima María de las Mercedes de Orleans, hija de los duques de Montpensier. Pero la reina había muerto a los seis meses de la boda cuando sólo contaba dieciocho años, y el rey, pese a su desespero, se había visto obligado a contraer nuevo matrimonio con María Cristina de Habsburgo-Lorena. Aunque su nueva esposa acabó por convertirse en una de las reinas más amadas por los españoles, por entonces despertaba una profunda antipatía entre el pueblo, que la consideraba distante y fría, y una enorme desconfianza en los sectores políticos que erróneamente la creían incapaz para el gobierno.
El azote de la tuberculosis
La enfermedad que había acabado con la vida del rey, la tuberculosis, se había convertido en el mayor azote del siglo XIX. Su difusión en las ciudades europeas alcanzó casi rango de epidemia –se calcula que llegó a causar un cuarto de las muertes en el continente–, y se cebaba en los adultos jóvenes, de entre 18 y 35 años.
Los facultativos poco habían podido hacer ante un mal que el monarca arrastraba desde años atrás. Desde su viudez y aun después de casarse de nuevo, el rey mantenía una intensa vida galante que no excluía mujeres de la más variada condición, y se aseguraba que podía haberse contagiado en una de sus frecuentes escapadas nocturnas. Ante la escasa información sobre la enfermedad de su primera esposa, se decía también que podía haber sido la propia reina quien le transmitió la enfermedad, si bien recientes investigaciones parecen asegurar que la soberana falleció de tifus.
En cualquier caso, lo cierto es que Alfonso XII no vivió, como algunos de sus ancestros, encerrado entre los muros de palacio, por lo que el contagio de una enfermedad tan extendida como la tisis era poco menos que inevitable.A su muerte, el monarca se encontraba en la última fase de un largo proceso tuberculoso. A tal punto llegaba su estado que solía llevar un pañuelo de seda rojo para enjugar, sin que se notase, cualquier amago de hemoptisis. Por prescripción de los médicos de cámara, Esteban Sánchez Ocaña y Laureano García Camisón, desde el mes de octubre había permanecido retirado en el palacio del Pardo, y pese a que pareció que se reponía, en la tarde del día 24 de noviembre un empeoramiento súbito disparó todas las alarmas. Pocas horas después se le administró la extremaunción y falleció a las nueve de la mañana del día 25.
El ceremonial fúnebre fue solemne y complejo. Obedecía en su mayor parte al protocolo establecido por la dinastía de los Austrias, que los Borbones sólo habían simplificado ligeramente. La prensa informó de modo exhaustivo de todos los pasos que se siguieron en las exequias con la prosopopeya de la época, y sin escatimar detalles tan concretos e incluso íntimos como que la propia reina viuda, María Cristina, se encargó de lavar y preparar el cadáver para que los facultativos procedieran al embalsamamiento.
La capilla ardiente se abrió, horas después, en la misma alcoba del palacio de El Pardo donde el monarca había fallecido. Allí se celebraron varias misas y se procedió al velatorio. A las once de la mañana del día 27, el féretro fue introducido en el coche-estufa que trasladó los restos mortales del rey a Madrid, cubierto de terciopelo negro bordado en oro y tirado por ocho caballos negros lujosamente enjaezados. Le seguía una enorme comitiva, formada, entre otros, por la familia real y los Grandes de España en sus coches, miembros del clero, ayudantes del rey, el Real Cuerpo de Alabarderos, el Regimiento de Lanceros de la Reina y los distintos estamentos de servidores de la Casa Real que cerraban el cortejo fúnebre portando hachones encendidos. Se formó así un desfile entre teatral y fantasmagórico que fue seguido por miles de personas.
Las exequias de un Rey
Tras realizar una parada en la ermita de San Antonio de la Florida, donde se rezó un responso, el cortejo enfiló el camino hacia el palacio real entre banderas a media asta, balcones con colgaduras negras y el respetuoso silencio de la muchedumbre, sólo roto por las salvas de los cañones. Una vez en palacio, el salón de Columnas acogió la capilla ardiente, que permaneció abierta a la ciudadanía. El 30 de noviembre, los restos del monarca, ahora con un acompañamiento más reducido, se trasladaron en tren desde la estación del Norte hasta el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial. Una vez allí, los miembros de la comunidad agustina, ataviados con hábitos negros y enarbolando antorchas encendidas, recibieron el cuerpo y, tras celebrarse una misa funeral en el templo, lo trasladaron al panteón real. Allí, de acuerdo con el protocolo, primero el Montero Mayor y luego el jefe de Alabarderos pronunciaron tres veces el nombre del monarca para concluir diciendo: “Pues que Su Majestad no responde, verdaderamente está muerto”. Acto seguido, siempre según el secular ceremonial, se rompió en dos pedazos el bastón de mando del monarca, que se depositó a los pies del ataúd.
El cortejo fúnebre hasta el Palacio Real fue un desfile entre teatral y fantasmagórico seguido por una muchedumbre silenciosa.
El último acto fúnebre en honor de Alfonso XII tuvo lugar doce días después en el templo de San Francisco el Grande: un funeral de Estado con asistencia de representantes de las casas reales europeas que alcanzó su clímax cuando el tenor Julián Gayarre entonó el Libera me Domine de Francisco Asenjo Barbieri, responsable de la música de la ceremonia.
Acabados los primeros lutos por el monarca, hubo de escenificarse la nueva organización de gobierno. Ya en vísperas de la muerte del rey, el líder conservador Antonio Cánovas del Castillo y el liberal Práxedes Mateo Sagasta habían acordado sucederse alternativamente en el gobierno a fin de garantizar la estabilidad política. La regente, María Cristina, había jurado la Constitución justo después del fallecimiento del rey, pero hubo de reiterar el juramento ante las Cortes el 30 de diciembre de 1885. Cinco meses después, el 17 de mayo de 1886, nacía Alfonso XIII, rey desde el mismo momento de su nacimiento, y con el que se cerraría la Restauración borbónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario