La información y datos biográficos más fidedignos con que contamos para esbozar la trayectoria personal y profesional de Gertrudis Gómez de Avellaneda corresponden a los numerosos textos autobiográfícos -cartas y memorias- escritos por la propia autora a lo largo de su vida.
La escritora nace en Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), el 23 de marzo de 1814. Hija de padre español, don Manuel Gómez de Avellaneda, comandante de Marina, destinado en Cuba y madre cubana, doña Francisca de Arteaga y Betancourt, perteneciente a una ilustre y acaudalada familia isleña.
La Casa Natal de la poetisa camagüeyana fue declarada Monumento Nacional. |
Su infancia transcurre sin contratiempos hasta la muerte de su padre (1823) y posterior casamiento de su madre con don Gaspar de Escalada y López de la Peña en este mismo año. Matrimonio que Tula nunca terminará de aceptar. Su educación fue esmerada, tal como le correspondía por la clase social a la que pertenecía. Sus aficiones favoritas en este tiempo -representar comedias, redactar cuentos, lectura de novelas, poesías y comedias- indican claramente su inclinación por la literatura. La lectura de escritores románticos franceses e ingleses –Byron, Victor Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Madame de Staël, George Sand– reforzaría, sin duda, su vocación literaria. A los catorce años, 1830, rechaza el matrimonio concertado por su familia y como consecuencia pierde la herencia de su abuelo.
En 1836 la familia decide establecerse en España, instalándose en La Coruña tras varios meses de viaje. El ambiente conservador de la ciudad no es del agrado de Gertrudis Gómez de Avellaneda y tras visitar Andalucía, acompañada por su hermano Manuel, la escritora fija su residencia en Sevilla. El animado ambiente cultural de la ciudad estimula la actividad creadora de Tula y da a conocer sus primeros trabajos literarios.
En la sevillana y céntrica calle Gravina, nº 9 existe un paño de azulejos en los que recuerda que en esa casa vivió Gertrudis Gómez de Avellaneda |
En 1839 publica sus versos bajo el pseudónimo de La Peregrina en periódicos y revistas de esta ciudad y, más tarde, en algunos de Cádiz. En junio de 1840 estrena su primera obra dramática Leoncia, que es muy bien acogida por los espectadores sevillanos.
En Sevilla conocerá a Ignacio de Cepeda, el hombre que despertó un apasionado amor en la joven escritora que se mantendrá vivo, a pesar de que él nunca le correspondió con la misma intensidad, a lo largo de casi toda su vida. Sentimiento amoroso que ella recreó con admirable maestría en la Autobiografía y cartas publicadas por Lorenzo Cruz en 1837.
A partir de 1840 la escritora se instala en Madrid y comienza un periodo de fecunda actividad literaria. Entre 1840 y 1846 Gertrudis da a conocer parte de su producción poética –Poesías (1841)-; publica novelas –Sab (1841), Dos mujeres (1842-1843), Espatolino (1844), Guatimozín (1845)-, artículos de costumbres –La dama de gran tono (1843) y leyendas La baronesa de Joux (1844)-; estrena en 1844 los dramas titulados Munio Alfonso y El príncipe de Viana y en 1846, Egilona. Son los años donde se consolida su prestigio literario.
Participa en las veladas literarias del reconocido Liceo madrileño, donde se relaciona con los grandes escritores e intelectuales de la época: Alberto Lista, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana, Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frías, Nicomedes Pastor Díaz, José Zorrilla, Francisco de Paula y Mellado, entre otros, se convertirán en sus protectores y amigos.
Éxito literario que coincide con la relación amorosa que la escritora mantiene durante 1844 y 1845 con el poeta Gabriel García Tassara.
Fruto de esta relación es el nacimiento de una niña en abril de 1845 que solo sobrevivirá siete meses, sin que su padre se digne a verla, ni mucho menos reconocerla como suya.
Gertrudis Gómez de Avellaneda acepta en mayo de 1846 contraer matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid en aquel entonces. La unión dura poco más de seis meses, pues Sabater morirá de una afección en la laringe en Burdeos en agosto de 1846. Gertrudis Gómez de Avellaneda, tras pasar algunos meses en el convento de Nuestra Señora del Loreto de Burdeos reponiéndose de su pérdida, regresa a Madrid.
Reanuda su relación amorosa con Ignacio de Cepeda con idéntico resultado que la primera vez, pues Cepeda, de nuevo, no está a la altura de la apasionada Tula. Años, pues, de soledad afectiva, pero años de éxito literario. Entre 1849 y 1853 estrena siete obras dramáticas: Saúl (1849) tragedia bíblica calurosamente acogida por el público, Flavio Recaredo (1851), La verdad vence apariencias (1852), Errores del corazón (1852), El donativo del diablo (1852), La hija de las flores (1852) y La Aventurera (1853). Reedita sus Poesías (1851) y publica un relato de tema histórico Dolores. Páginas de una crónica de familia.
Asimismo en el Semanario Pintoresco Español aparecen dos nuevas leyendas: La velada del helecho (1849) y La montaña maldita (1851). El éxito literario alcanzado, no impide, sin embargo, que Gertrudis Gómez de Avellaneda vea rechazada su pretensión de ingresar en la Real Academia Española de la Lengua en 1853.
Tras una relación amorosa con Antonio Romero Ortiz, la escritora se casará en 1855 con Domingo Verdugo y Massieu, coronel y diputado a Cortes.
Su labor literaria no decae en estos años. Escribe varias leyendas que recogerá más tarde en sus Obras literarias y estrena Simpatía y antipatía (1855), La hija del rey René (1855), Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858), una de las mejores obras dramáticas de la autora. Producción que se verá alterada cuando Domingo Verdugo resulta gravemente herido en una disputa originada, precisamente, a raíz del estreno de los Tres amores.
En 1859 el matrimonio se traslada a Cuba, donde el coronel Verdugo morirá en 1863 a consecuencia de la herida recibida en Madrid. Tras veintitrés años de ausencia, pues, Gertrudis Gómez de Avellaneda regresa a su tierra natal. Allí continuará sus trabajos literarios. Dirige en 1860 la revista El Álbum Cubano y en este medio publica, además de sus leyendas La montaña maldita, La dama de Amboto y La flor del ángel, sus discutidos artículos sobre La mujer.
El 1 de febrero de 1873 muere en Madrid Gertrudis Gómez de Avellaneda, después de regresar a España (1864), y haber permanecido dos años en Sevilla y el resto en Madrid, dedicándose, casi exclusivamente, a la tarea de corregir sus obras y preparar la edición completa de las mismas, Obras literarias, dramáticas y poéticas (1869-1871). – Fuente>>
En el Cementerio de San Fernando, en la calle central entre las vías de San Rufino y San Braulio, está el panteón familiar donde reposa Gertrudis Gómez de Avellana. |
Su poesía se ha comparado con la de Louise-Victorine Ackermann o la de Elizabeth Barrett Browning por su análisis de los estados emocionales derivados de la experiencia amorosa. Como se dijo, su poesía fue tratando cada vez más asuntos religiosos, especialmente a raíz de la muerte de Pedro Sabater y su enclaustramiento en La solitude de Martillac. Esta temática procuraba dar respuesta a uno de los temas constantes de su trayectoria literaria: el vacío espiritual, y el anhelo insatisfecho, ya expresado en un poema anterior a su boda con Pedro Sabater:
Yo como vos para admirar nacida, / yo como vos para el amor creada, / por admirar y amar diera mi vida, / para admirar y amar no encuentro nada.
En este sentido destacan los poemas «Dedicación de la lira de Dios», «Soledad del alma» o «La cruz», cuya métrica incluye un acertado cambio del endecasílabo al eneasílabo. En poemas como «La noche de insomnio y el alba» y «Soledad del alma» introdujo también innovaciones en el metro que anuncian la experimentación en esta faceta que llevó a cabo el modernismo. Así, en la obra de Gómez de Avellaneda se encuentran versos de trece sílabas con cesura tras la cuarta; de quince y de dieciséis sílabas, poco frecuentes en la poesía en español. También utilizó un verso alejandrino (de catorce sílabas) cuyo primer hemistiquio es octosílabo y el segundo hexasílabo, o donde el primero es pentasílabo y el segundo eneasílabo.
También cultivó los géneros narrativo y especialmente el dramático. En España escribió una serie de novelas, la más famosa, Sab (1841) un folletín que trata la temática antiesclavista y de amores no correspondidos. Dos mujeres supone una invectiva contra el matrimonio. Su cuarta novela, Guatimozín, reúne una gran cantidad de erudición histórica y se sitúa en el México de la etapa de la conquista. En sus restantes obras narrativas, si bien carecen del vigor de las tres primeras, sigue presente la decidida crítica a la sociedad convencional.
En cuanto al teatro, su obra ocupa un lugar importante en la escena española del periodo 1845-1855, cuando el drama romántico había decaído y aún no había surgido la alta comedia. Leoncia fue estrenada en Sevilla en 1840, tuvo una buena acogida y poseía cierta originalidad. Su primera obra estrenada en Madrid, en 1844, fue Munio Alfonso, ambientada en la corte de Alfonso VII de León y Berenguela de Barcelona, con una producción de dramas históricos que seguían la estela de Manuel José Quintana, y del que son muestras representativas El príncipe de Viana (1844) y Egilona (1846).
Pero sus mayores éxitos en el teatro los obtuvo con dos dramas bíblicos: Saúl (1849) y, sobre todo, Baltasar (1858), considerada su obra cumbre en el ámbito dramático. Los dos muestran aspectos distintos del Romanticismo. Saúl representa la rebeldía, mientras que Baltasar escenifica el hastío vital, la melancolía del «mal del siglo» que será sentida en la segunda mitad del siglo por los poetas simbolistas franceses y en el modernismo hispánico.
Entre sus comedias, cabe destacar La hija de las flores (1852). En 1860 escribe La mujer, una serie de artículos en los que plantea la igualdad intelectual entre mujeres y hombres, e incluso la superioridad intelectual de las mujeres: “No ya la igualdad de los sexos, sino la superioridad del nuestro”.
Legado
Mucho se ha discutido sobre la nacionalidad de esta escritora. Tanto Cuba como España la reclaman como suya. Cubanos y españoles la incluyen por igual en antologías y estudios dedicados a poetas de sus respectivos países.
Por otro lado, se la ha considerado la poeta romántica por excelencia; la heroína trágica que, siendo aclamada en público, fue terriblemente infeliz en su vida privada. Independientemente de que esa imagen esté basada en hechos reales, es evidente que ella la promovió en vida, y que muchos de sus admiradores y críticos posteriores contribuyeron a mantenerla después de su muerte. Además, gran parte de su obra es leída y analizada siempre desde una perspectiva biográfica, debido a la publicación póstuma de su correspondencia amorosa con Ignacio Cepeda, por lo que su biografía ha eclipsado en gran medida la importancia de su legado literario.
Lucía Guerra (1985), profesora de la Universidad de California, es una de las muchísimas escritoras que se tomaron la tarea de realizar un análisis e investigación de la novela, de su autora y de los acontecimientos que llevaron a Gertrudis Gómez de Avellaneda al estrellato.
La crítica feminista de esta última década ha puesto en evidencia las características sui generis de la producción literaria femenina, cuya dinámica sólo ahora comienza a comprenderse en términos de los valores hegemónicos de una cultura falocéntrica, ya que en el plano histórico y social, la mujer siempre poseyó un rol secundario.– Lucia Guerra
La importancia de María Gertrudis de los Dolores Gómez de Avellaneda y Arteaga, queda impregnada en cada una de sus novelas y demás obras literarias, que de manera innegable dieron voz y soporte a la mujer, que poseyendo un rol casi inexistente pudo emerger y entablarse en el canon literario. Por tal motivo su obra ha sido ampliamente estudiada por muchos en pro de manifestar sus ideas a la contemporaneidad y perdurar su legado por muchísimo tiempo.
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