El 10 de agosto de 1929 recibió, en el Salón de los Pasos perdidos del Palacio Legislativo, el título de «Juana de América» de la mano de Juan Zorrilla de San Martín frente a una multitud de poetas y personalidades. Fue enterrada con honores de Ministro de Estado en el panteón de su familia del Cementerio del Buceo.
Nació en 1892, aunque ella proclamaba haber nacido en 1895.
Su nombre era Juana Fernández Morales, pero se hizo conocida como Juana de Ibarbourou, tomando el apellido de su marido, el capitán Lucas Ibarbourou, con quien se casó a los veinte años.
El 23 de agosto de 1917 nació su hijo Julio César Ibarbourou, quien fue para ella su mejor poema, su poema vivo. |
Su padre, Vicente Fernández, español de Galicia, nació en Lorenzana —provincia de Lugo—, cuya biblioteca municipal lleva el nombre de la poetisa. Su madre, Valentina Morales, pertenecía a una de las familias españolas más antiguas del Uruguay. Vivió hasta los 18 años en Melo. Sobre su niñez y sus vivencias allí escribió:
Fue mi paraíso al que no he querido volver nunca más para no perderlo, pues no hay cielo que se recupere ni edén que se repita. Va conmigo, confortándome en las horas negras, tan frecuentes (…) Allí volará mi alma cuando me toque dormir el sueño más largo y pacificado que Dios me conceda a mí, la eterna insomne. – Juana de Ibarbourou.
Su primera residencia en Montevideo estaba ubicada en un solar de la calle Asilo Nº 50, que con los años pasaría a ser el Nº 3621, entre las calles Pernas y Comercio. Allí vivió entre 1918 y 1921, y escribió sus tres primeros libros —Las lenguas de diamante, El cántaro fresco y Raíz salvaje—. Al comienzo su adaptación fue difícil porque rechazaba vivir en la ciudad. Con los años, sin embargo, terminó considerando a Montevideo como «su ciudad».
Residencia de Juana de Ibarbourou en Melo, Uruguay. Funciona actualmente como museo. |
En 1929 recibió el título de «Juana de América». Juana describió ese momento así:
(…) un grupo de jóvenes poetas me organizó en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, una fiesta inolvidable. La presidía don Juan Zorrilla de San Martín.(…) Santiago Cozzolino, el orfebre, había cincelado el anillo de oro simbólico que me ofrecían los poetas. El ambiente era solemne, con la muchedumbre, los himnos, los delegados de toda América, y otro hombre de estatura física pequeña, pero también magnífico y grandioso: Alfonso Reyes.(…) Y a través de discursos hermosos en que la generosidad juvenil iluminaba las palabras, llegó el momento culminante, el de la entrega del anillo. El Dr. Zorrilla de San Martín fue el designado para ello y lo hizo con unas palabras breves y muy hermosas que me quedaron grabadas en el corazón: -Este anillo, señora, significa sus desposorios con América. – Juana de Ibarbourou
Proclama de Juana de Ibarbourou como Juana de América |
El 3 de octubre de 1947 fue elegida para sentarse en un sillón en la Academia Nacional de Letras.
En 1950 fue designada para presidir la Sociedad Uruguaya de Escritores. Cinco años más tarde fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid por su obra. En 1959 se le concedió el Gran Premio Nacional de Literatura, otorgado ese año por primera vez.
Al morir fue velada en el mismo Salón de los Pasos Perdidos en que fue nombrada «Juana de América».
El gobierno del momento dispuso un día de duelo nacional y fue enterrada con honores de Ministro de Estado, siendo la primera mujer en la Historia de Uruguay a la que se le otorgó tal distinción.
Sus primeros poemas aparecieron en periódicos de la capital uruguaya (principalmente en La Razón) bajo el seudónimo de Jeannette d’Ibar, que pronto abandonaría.
Comenzó su larga travesía lírica con los poemarios Las lenguas de diamante (1919), El cántaro fresco (1920) y Raíz salvaje (1922), todos ellos muy marcados por el modernismo, cuya influencia se percibe en la abundancia de imágenes sensoriales y cromáticas y de alusiones bíblicas y míticas, aunque siempre con un acento singular.
Su temática tendía a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza. Por otra parte, imprimió a sus poemas un erotismo que constituye una de las vertientes capitales de su producción, la cual se vio tempranamente reconocida: en 1929 fue proclamada “Juana de América” en el Palacio Legislativo del Uruguay, ceremonia que presidió el poeta “oficial” uruguayo Juan Zorrilla de San Martín y que contó con la participación del ensayista mexicano Alfonso Reyes.
Poco a poco su poesía se fue despojando del ropaje modernista para ganar en efusión y sinceridad. En La rosa de los vientos (1930) se adentró en el vanguardismo, rozando incluso las imágenes surrealistas. Con Estampas de la Biblia, Loores de Nuestra Señora e Invocación a san Isidro, todos de 1934, inició en cambio un camino hacia la poesía mística.
En la década de 1950 se publicaron sus libros Perdida (1950), Azor (1953) y Romances del destino (1955). En esta misma época, en Madrid, salieron a la luz sus Obras completas (1953), donde se incluyeron dos libros inéditos: Dualismo y Mensaje del escriba. De su obra poética posterior destaca Elegía (1967), libro en memoria de su marido.
Juana de Ibarbourou ocupó la presidencia de la Sociedad Uruguaya de Escritores en 1950. Cinco años más tarde su obra fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, y en 1959 el gobierno uruguayo le concedió el Gran Premio Nacional de Literatura, otorgado por primera vez aquel año. Su obra en prosa estuvo enfocada fundamentalmente hacia el público infantil; en ella destacan Epistolario (1927) y Chico Carlo (1944).
La poesía de Juana de Ibarbourou
La literatura uruguaya del siglo XX contó entre la nómina de sus autores con una serie de poetisas cuya obra reviste fundamental importancia: María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou. Cada una de ellas desplegó un acento propio y característico; así, mientras Vaz Ferreira representa la altiva castidad, y Agustini la mujer en espera anhelante, Juana de Ibarbourou es el equilibrio de la entrega espontánea.
Pero es con la chilena Gabriela Mistral con quien Juana de Ibarbourou mantiene un parentesco más directo: ambas poseyeron la misma sensibilidad exquisita y arrebatadora, la misma sinceridad de pasión, la misma facilidad y sencillez en la expresión. Las separa, en cambio, el mundo anímico que expresan: Gabriela Mistral está poseída de un espiritualismo cristiano; Ibarbourou, al menos en sus primeras obras (en las últimas se aproxima al tono de la poetisa chilena), aparece loca de vida, pagana, desbordando toda ella vitalidad y sensualidad: “Tómame ahora que aún es temprano / y que llevo dalias nuevas en la mano”.
En sus inicios, Juana de Ibarbourou no escapó a la influencia modernista, pero paulatinamente su poesía se desviste de pompas para ganar en efusión y sinceridad. En su producción poética encontramos una continua evolución que ha sido comparada al ciclo de la vida humana; se ha dicho que Las lenguas de diamante (1919) equivalen al nacimiento a la vida, Raíz salvaje (1922) a la apasionada juventud, La rosa de los vientos (1930) a la madurez y Perdida (1950) a la vejez. En cada uno de esos libros el paso del tiempo, en continua progresión, va adquiriendo una mayor importancia. Estampas de la Biblia (1934) y Loores de Nuestra Señora (1934) acusan una evolución religiosa.
Los sentimientos de la autora, en soledad o en diálogo con la naturaleza, constituyen la temática central de sus versos. El escritor venezolano Rufino Blanco Fombona ha dicho de Ibarbourou que su filosofía se reduce al horror a la nada; por eso concebirá a la muerte como una continuación de la vida, casi como su evolución natural. No existe un verdadero horror a la muerte; en “Vida garfio”, uno de sus mejores poemas, se imagina muerta, pero, en realidad, continua sobreviviendo por el amor: “¡Por la parda escalera de raíces vivas / yo subiré a mirarte en los lirios morados!”.
Nada hay menos intelectual, pues, que la lírica de Ibarbourou; todos sus pensamientos arrancan de sus propias sensaciones. La naturaleza le atrae, la siente, y habla con ella, con el río y con el árbol; les da carne y sangre y hace que aparezcan ante nosotros con sus sufrimientos y alegrías. A veces recurre para ello a atrevidas imágenes; así describe el ciprés: “Parece un grito que ha cuajado en árbol / o un padrenuestro hecho ramaje quieto”.
Pero, ante todo, Juana de Ibarbourou es la voz del amor juvenil y ardoroso, de la mujer que se sabe admirada y deseada por el hombre y que lleva dentro de sí toda la fuerza de esa naturaleza que ama (“Besarás mil mujeres, mas ninguna / te dará esta impresión de arroyo y selva / que yo te doy”). Para ella el amor no es sino una forma de participación en el misterio continuo del mundo: “Somos grandes y solos sobre el haz de las campos”, le dirá a su amado. Siempre se encuentra en su voz, exigida por la fuerza de sus sentimientos, una sinceridad total en el pensamiento, y al mismo tiempo la expresión violenta e ingenua de la pasión.
El aspecto más débil de su producción nos lo ofrecen sus versos narrativos, como los contenidos en Romances del destino (1955), de clara y no muy feliz influencia lorquiana. En 1967 publicó Elegía, obra dedicada a su esposo Lucas Ibarbourou, fallecido muchos años antes. Como su título indica, el libro es un apasionado pero contenido canto de amor entonado en voz baja; aunque contiene algunas exasperadas quejas, por todos los poemas cruza un dulce sosiego, una sosegada resignación. “Ahora, ¿qué hacer, caídos los dos brazos, / rodeada de crepúsculo y de bruma?”, se pregunta ante su pérdida; sin embargo, algo la empuja a esperar que en alguna parte podrá recuperar aquel amor, que sigue vivo: “Nadie olvida porque yo no olvido, / y para que él no muera yo no muero”.
Obra
En verso
Parte de su obra en prosa estuvo enfocada hacia él
- Las lenguas de diamante, (1919).
- Raíz salvaje, (1922).
- La rosa de los vientos, (1930).
- Perdida, (1950).
- Azor, (1953).
- Mensaje del escriba, (1953).
- Romances del Destino, (1955).
- Oro y Tormenta, (1956).
- Angor Dei, (1967).
- Elegía, (1968).
- Obra completa (Acervo del Estado). Cinco volúmenes al cuidado de Jorge Arbeleche, (1992).
- Obras escogidas. Selección, prólogo y notas a cargo de Sylvia Puentes de Oyenard, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, (1999).
- Rapsodia de Juana de Ibarbourou. Selección y prólogos de Jorge Arbeleche y Andrés Echevarría. Editorial Rumbo, publicación de AGADU y del Parlamento uruguayo, (2009).
- Perdida, La Pasajera y otras páginas. Edición, selección y prólogos de Jorge Arbeleche y Andrés Echevarría. Publicación de UTU y del Parlamento uruguayo, (2011).
En prosa
- El cántaro fresco , (1920).
- Ejemplario, libro de lectura para niños, (1928).
- Loores de Nuestra Señora, comentarios a los nombres de la Virgen María, (1934),
- Estampas de la Biblia, (1934).
- Chico Carlo, cuentos autobiográficos sobre su infancia, (1944),
- Los sueños de Natacha, teatro infantil sobre temas clásicos, (1945).
- Canto Rodado, libro de lecturas para escolares con J.Pereira Rodríguez, (1958).
- Juan Soldado, colección de dieciocho relatos, (1971).
Fragmento de la ponencia que la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou brindó en un encuentro que tuvo lugar en Montevideo, Uruguay, durante el verano de 1938, junto a sus colegas, la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral. En este fragmento, Juana de Ibarbourou recita su poema “Amor”.
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